Tuesday, October 10, 2006

OLGA DE AMARAL - BEATRIZ DAZA


Beatriz Daza
Vida y Obra

Ceramista y pintora de Norte de Santander (Pamplona, 1927 - Cali, 1968). Beatriz Daza González estudió arte y decoración en la Universidad Javeriana y luego recibió diversos cursos en Estados Unidos, Barcelona, Roma y París. A su regreso al país, en 1958, comenzó a figurar como ceramista, un oficio que había aprendido en la Escuela Libre de Bertrand, en París. Su primera exposición individual tuvo lugar en 1959, en la Sociedad Económica de Amigos del País. Sus primeras piezas eran figurativas y se destacaban por la sencillez y la voluntad de síntesis.

Después de llevar a cabo un mural de cerámica en la casa de Juan Antonio Roda, Beatriz Daza volvió a exponer, en 1961, un grupo de obras recientes, diversas vasijas y paredes, entre las que se destacaron estas últimas, un poco a la manera de cuadros abstractos de ricas y varias texturas. Las vasijas de esta exhibición anticiparon la excelencia de Crisol para Prometeo, obra que obtuvo el primer premio en Cerámica en el XV Salón Nacional de artistas, en 1963. El tamaño de esa pieza levantada con las manos y el hermoso esmaltado que la recubre, hacen de esa vasija antifuncional una verdadera obra de arte. En 1966 Beatriz Daza presentó sus muros denominados “Testimonios de los objetos”: unas paredes trabajadas por la propia artista con fragmentos de cerámica y objetos de las más variadas procedencias. La bella integración de los elementos, tanto en textura como en color, y la connotación poética de los conjuntos hicieron de esos muros unas sugestivas simbiosis de pintura, escultura y cerámica y, al mismo tiempo, unas variaciones originales de los ensamblajes cubistas.

Junto a esa producción, Beatriz Daza adelantó una importante labor en el campo del diseño aplicado. Los más hermosos ceniceros, pocillos, platos, fruteros y bases para lámparas producidos hasta ese entonces en el país fueron realizados por Beatriz Daza en su fábrica de cerámica. El 23 de junio de 1968 murió en un accidente automovilístico en Cali.


Bodegón con flores
Sin fecha
Pintura, collage y óleo sobre tela
120 x 150 cm
registro AP0294

Como dibujante y pintora, Beatriz Daza dejó una variada producción de la que sobresalen los dibujos de bodegones sintéticos sobre telas cuadriculadas y enlutadas, y los collages, con predominio nuevamente de las naturalezas muertas, de telas varias y óleo, en los que las representaciones se acomodan fácilmente en un espacio en antiperspectiva con claros recuerdos de la obra del francés Georges Braque. En la breve y no muy abundante historia de la cerámica artística del siglo XX en Colombia, el nombre de Beatriz Daza ocupa un lugar muy destacado, no sólo por la calidad de su trabajo -en el que se distingue el conocimiento del procedimiento, el afán de investigación y el gusto y refinamiento de las formas, los esmaltes, las texturas y los colores-, sino por su actividad docente en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, donde enseñó a muchos los misterios de este arte milenario.

Beatriz Daza
Por Marta Traba

"En la cerámica moderna de Beatriz Daza ocurre algo similar: las mejores piezas suyas son odres, cántaros, jarras, grandes y toscos, cuyo destino claramente marcado también se impone sobre la forma. La noción de belleza que se proyecta desde estos bastos utensilios de uso corriente, es muy peculiar. El encanto táctil de las terminaciones múltiples y perfectas de los ceramistas modernos europeos y norteamericanos, deja paso a la sensación fuerte y bárbara de enfrentarnos a una nueva piel para las cosas. Piel o corteza, sus interminables investigaciones y experimentos de cocción con toda clase de materiales, esmaltes y pigmentos inventados por ella misma, la llevaron a formular ese acabado grueso e imprevisible, lleno de pequeños cráteres, salpicado de puntas, orgánico y casi geográfico. La textura, en su caso, fue mucho más que un resultado accidental: fue una definición, la base conceptual de su cerámica, que determinaba también la forma. Solamente amplias vasijas pesadas, deliberadamente arcaizantes como el Crisol para Prometeo, podían concordar con tal violencia y predominio de la textura. El arcaísmo está buscado en tales piezas mediante la realización cruda de las formas y de las referencias mitológicas que enmarcan su obra dentro de una constante tendencia poética.

En 1966 Beatriz Daza realiza su segunda exposición individual, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, presentando al público una obra inesperada. Tazas, vasijas, platos de loza y cerámica, habían sido destruidos sistemáticamente, martillados y reducidos a escombros. Esos fragmentos, a su vez, fueron insertados meticulosamente en gruesas paredes de material, excavadas al efecto, para crear un ensamblaje, tan tremendo y bárbaro como las cerámicas anteriores.

Su lenta prolijidad para componer y organizar formas, el horror de dejar las cosas libradas al azar, y el raro y acendrado placer de meditar sobre ellas, tan características de su personalidad artística, volvían a sumarse ahora a la energía emanada en este caso de los objetos destruidos. La poesía emergente era la de la destrucción, no la de la construcción. En los muros volvió a desplegarse, quizá con un sentido más nostálgico y pesimista, todo su sentido poético.

El mundo real, el de las cosas enteras, se mira irónicamente en el mundo destruido. La originalidad de Beatriz Daza en este momento llega a su punto más penetrante. Sin embargo, esto era un alto en la tendencia hacia la pintura, y ella lo sabía; calmadamente, con su aire reflexivo y lógico, estaba recuperando, mediante esa cerámica pulverizada y los objetos castigados, los valores de composición, de espacio y plano, de relación entre unos y otros factores, que siempre la preocuparon".

Olga de Amaral

Olga de Amaral es única entre los artistas latinoamericanos contemporáneos. En el fondo de esta singularidad yace el hecho de que su obra es, inclasificable. Por ejemplo, ¿se trata de arte o de artesanía? El llamado «renacimiento artesanal,» que aconteció en Gran Bretaña y luego en los Estados Unidos durante finales del siglo xix y los primeros años del xx, no tiene lugar en la historia del arte latinoamericano.
Olga de Amaral, quien realiza algo que vagamente puede describirse como tapices y textiles, es sin embargo reconocida universalmente como creadora artística importante y por completo individual.
Dadas estas circunstancias, se hace necesaria una mirada más amplia a los antecedentes. En primer lugar, uno debe recordar que los pueblos precolombinos se contaban entre los más inventivos de todos los tejedores. Muchas de sus técnicas eran completamente desconocidas por fuera del continente suramericano. Circunstancias afortunadas, han hecho que se preserven varios de estos tejidos para nuestra admiración actual. Lo que impresiona es que tales tejidos poseen toda la certeza estética de las grandes obras de arte. Por contraste, los tapices europeos —del Renacimiento en adelante— tendían a depender más y más de diseños proporcionados por pintores, es decir, por gente que se distanciaba del proceso artesanal. Lo que muchas veces admiramos de tales resultados es simplemente el ingenio con que los tejedores salvaron la brecha entre dos mundos estéticos diferentes y, en cierto modo, incompatibles.
“Gran parte de la producción de Olga de Amaral ha estado relacionada con el oro, pero en su obra no hay equivalentes con la arqueología precolombina. No obstante, uno siente que tales objetos deben existir por lógica, que ella ha suplido una carencia.”

Tejiendo muros. La obra de Olga de Amaral
Por Gloria Cristina Samper
“El telar es un mapa del ser humano y del mundo –una perspectiva del universo. Los cuatro lados del marco vertical son los puntos cardinales y la acción de las ondas es energía viva con movimiento cíclico.”
Olga de Amaral, 2001
Al ingresar por el largo y estrecho corredor hacia la colección permanente en la parte posterior de la Casa de Moneda se encuentra una pieza exhibida solitaria. Un tapiz de los años 70 de la artista colombiana Olga de Amaral da la bienvenida al recorrido por las diferentes temáticas abordadas en el arte colombiano y latinoamericano.



Se trata de un tapiz tejido en lana y fibras naturales que representa muy bien la primera etapa de producción de la artista. Fue con esta serie de muros tejidos que comenzó su investigación de toda una vida alrededor de las técnicas y materiales para tejer, y fue con estos mismos trabajos que ganó, en 1971, el Primer Premio del XXII Salón de Artistas Nacionales y, en 1972, el Primer Premio de la III Bienal de Arte de Coltejer. Estas investigaciones, iniciadas durante sus estudios de diseño textil en Michigan en los años cincuenta, le han permitido mantener una larga y seria trayectoria artística de cerca de 40 años. Durante este tiempo y, gracias a su dedicación, Amaral ha redefinido en su trabajo el lenguaje tradicional del tejido dándole una dimensión plástica.

En efecto, Amaral se ha interesado siempre en el estudio en profundidad de las formas de tejido artesanales en Colombia así como en sus técnicas y tradiciones. En los años cincuenta fundó y dirigió el departamento de textiles de la Universidad de los Andes y durante un tiempo enseñó en Bogotá, Estados Unidos y Japón. Es este patrimonio cultural propio que toma como punto de partida para introducir elementos nuevos y un carácter particular en línea con el movimiento de La nueva tapicería desarrollado a nivel mundial por artistas como Magdalena Abakanowicz de Polonia, Joseph Grau Garriga de Cataluña o Jagoda Buic de Yugoslavia. Dentro de este grupo, el trabajo de Amaral fue reconocido desde un principio como adelantado y siempre de vanguardia.
Sin embargo, la obra más conocida de Amaral y por la cual ha ingresado a grandes colecciones internacionales como la del Museo Metropolitano de Nueva York, el Instituto de Artes de Chicago, el Museo de Arte Moderno de París y de Nueva York, entre muchos otros, es aquella en que comenzó a introducir el oro y la plata. Este viraje fundamental en su producción a partir de los años ochenta se convirtió en un sello particular que enriqueció cada pieza con posibilidades de apreciación que cambian según el ángulo en que se miren.
Si bien la inclusión de hojillas de oro y de plata dio a su obra un rumbo diferente, no se alejó del todo del punto de partida inicial de su producción, al mantener reminiscencias de materiales utilizados en nuestras culturas tradicionales. Estas piezas deslumbrantes de carácter espectacular, que varían entre un gran formato y uno muy pequeño, adquirieron una dimensión casi sagrada, evocando inevitablemente relaciones con la riqueza del mundo precolombino y la utilización sagrada de estos materiales. Ellas retoman el carácter simbólico del culto precolombino al dios Sol a través de oro.







Deicy Maryuri Coronado Lopez
Juan Pablo Guavita Angel

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